Nos conocimos un día de todos los santos y tengo que confesar que aún guardaba trocitos en mi cajita dorada de esperanzas, uno que decía que cambiarías, otro que me querrías como lo hacen las demás... Veintiséis años pagando tu vida injusta y sin sueños, pensé que habías aprendido y es que en tu casa uno no enferma, uno se muere.
Me he levantado cada mañana con una sonrisa para agradarte, buscando las palabras que no te hicieran gritar, llorando tus insultos y tus desprecios, he vivido con miedo a dolerte, a no quererte como quieres, a mi egoísmo.
Miedo a no llamarte, a llamarte, a ir a verte, a no ir, a pensar en tí, a pensar en mí...
Me he dormido cada noche en mi cuna de metal, esperando que la mecieras, he salido a la calle a buscarme, a crecer, a aprender, a que me dañen, con miedo a recibir el doble al volver. Ni siquiera estoy enfadada, ya no te echo de menos, sé que nunca vendrás, que nunca estarás...
Me he dormido cada noche en mi cuna de metal, esperando que la mecieras, he salido a la calle a buscarme, a crecer, a aprender, a que me dañen, con miedo a recibir el doble al volver. Ni siquiera estoy enfadada, ya no te echo de menos, sé que nunca vendrás, que nunca estarás...
Y aquí estoy en medio de la nada, con cicatrices de cumbres y valles, con los pulmones encharcados de mares, los ojos ciegos de niebla, sin uñas ni nanas... pero voy erguida por dentro y llevo mi título en la mano, todos sabemos que tu suspenso no vale nada en el mundo real.
Tengo que darte las gracias, por enseñarme que la vida no tiene rosas en el camino, que si quiero olerlas tengo que plantarlas yo. Gracias por mostrarme lo injusta que es, por enterrarnos, ya sé a qué huele la tierra bajo la piedra, gracias por quererme a tu manera, sé que me quieres y que te necesito, pero hoy he vaciado mi cajita, se ha desecho la tela de araña, ha llovido demasiado... y me rindo.
Gracias.